Les
propongo imaginar un rato, cerrar los ojos y viajar con una breve
pregunta. ¿Qué es lo primero que se les viene a la cabeza cuando
piensan en Belén, en tiempo de Navidad?
¿el
pesebre? ¿María? ¿José? ¿El gurisito Jesús en pañales? ¿los
angelitos? ¿los reyes con sus regalos? ¿quizás la estrella que
éstos siguieron? ¿los animales? ¿el censo ordenado por César
Augusto? ¿el pueblo caminando para empadronarse?
Seguramete
muchos de nosotros tengamos diferentes imágenes y recuerdos que nos
conecten con este lugar y con esta historia, que más de 2000 años
después nos fue contada, probablemente dramatizada en algún momento
de nuestras vidas, y celebrada cada diciembre cuando afirmamos que
ese nacimiento ocurrió, que Jesús vino al mundo en ese lugar donde
no había lugar para El, y nos anunció alegría para todo el pueblo,
la alegria de su nacimiento, ese nacimiento que vino a liberarnos de
las opresiones, de los muros construidos por nosotros mismos, ese
nacimiento que vino a ser luz en medio de un contexto en donde la
opresión y la injusticia eran parte de la vida cotidiana.
Se
me ocurrió jugar un rato el 25. Cerré mis ojos, recordé lo que
pensada antes de estar acá, y se me vinieron a la mente varias
imágenes de mi paso por la escuelita biblica, las obritas en las que
actué, las diferentes navidades que representé, y también las
navidades vividas, las más actuales, con mis amigos, con mis
familias, en la iglesia, en el pueblo, la alegría de cada Navidad,
la espera ansiosa por el brindis, por abrir los regalos, por
abrazarnos fuerte y desearnos ¡Feliz Navidad! Mientras jugaba me
pregunté ¿que significa ese deseo, esas palabras hoy?
Detuve
el juego. Me despertó la realidad. Estábamos parados en frente al
Muro de Separación que divide a dos pueblos, a una gran familia,
Palestina e Israel. Ese muro de cemento, de 8 metros de altura y 700
kilómetros ha protegido estos años la expansión de asentamientos
ilegales, ha colaborado el robo de tierras agrícolas de campesinos
palestinos y ha separado a miles de familias.
Caminamos
unos metros con mis compañeros Acompañantes Ecuménicos e
ingresamos a monitorear el Checkpoint en Belén. Era 25, era,
Navidad, profundamente deseaba encontrar el nacimiento de ese pequeño
envuelto en pañales.
Pero
la ciudad de Belén, el lugar en donde nació Jesús parecía
olvidada por quienes dicen conservar la paz.
Vimos
con nuestros ojos como le negaron la entrada a María embarazada, a
José, a sus familias rumbeando a laburar, vimos como les
dificultaron el paso a sus amigos que deseaban celebrar el
nacimiento, a todos ellos y todas ellas que deseaban conocer al
Jesús recién parido.
Sentimos
el encierro que provocan esos grandes barrotes de hierro, esas altas
y oscuras paredes. Escuchamos a los soldados gritar una y otra vez
“come back”, “come back”. Observamos como las personas
intentaban una y otra vez lograr la aprobación para poder cruzar,
los vimos sacarse sus zapatos, sus cintos, sus sacos, los vimos
cuestionar ¿por qué? Y escuchamos una y otra vez el mismo rechazo
desde el otro lado del vidrio blindado.
Y
ahí estaba Lucas, recordándome el relato del nacimiento.
“Por
aquel entonces se promulgó un edicto de parte de Augusto César
mandando empadronarse a todos los habitantes del Imperio Romano. Este
fue el primer censo que se hizo, y tuvo lugar cuando Cirenio era
gobernador de Siria. Y todos se desplazaron a su lugar de origen para
empadronarse.
Por
esa razón también José tuvo que ir desde el pueblo de Nazaret de
Galilea a Belén de Judea, que era el pueblo de su antepasado el rey
David; e hizo el viaje con su prometida María, que estaba
embarazada.
Cuando
estaban allí se le cumplió el tiempo a María, y dio a luz a su
primer hijo; y le puso unos pañales y le acostó en el pesebre,
porque no habían encontrado habitación en la posada del pueblo.”
(Lucas 2: 1-7)
Hace
2000 años una familia buscando un lugar en dónde pasar la noche y
una mamá esperando por dar a luz, hoy, cientos de familias
expulsadas de sus tierras, con sus casas demolidas, sus árboles de
olivos quemados o cortados, sus animales acribillados, buscando,
caminando, tratando de seguir alguna estrella que los conduzca hacia
algún lugar en donde pasar la noche.
Hace
2000 años Belén, una ciudad controlada por el Imperio Romano,
exigiendo tributos personales y territoriales al César, hoy, 2000
años después, la ciudad controlada por Israel.
Hace
2000 años el gurisito Jesús hablando de libertad, enseñando con
sus actos, luchando por una vida justa, hoy, cientos de gurises
pidiendo a gritos ser libres, ser liberados, durmiendo con miedo, sin
saber si esta noche llegarán los soldados y se los llevarán, o si
al cruzar el checkpoint algún soldado sienta “miedo” de ellos y
decida dispararle 1, 2, 10, 15, 20 veces hasta ver su sangre correr y
su cuerpo desvaneserce.
Hace
2000 años Herodes ordenaba matar a todos los pibitos menores de 2
años, tratando de dar muerte a quien sería imposible matar, hoy,
2000 años después, bebés y familias enteras quemadas vivas por
grupos de colonos judíos, pibes secuestrados, torturados y matados,
familias que esperan meses por la entrega de los cuerpos de sus hijos
para llorarlos, despedirlos y sepultarlos, en la incertidumbre, sin
saber si esto sucederá, si los cuerpos llegarán enteros o sin sus
órganos.
Hace
2000 años la vida en estas tierras era vulnerable, hoy también.
Hace
2000 años un ángel les anunciaba a los pastores la buena noticia,
les decía que no tengan miedo, que había nacido un Salvador.
“No
teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el
pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es
el Cristo, el Señor”
(Lucas 2: 10-11)
Hoy
esas palabras se hacen presentes nuevamente, el rostro del pequeño
está aquí, sus ganas de vivir, de sentir, su deseo de encontrar
lugar en medio de personas amontonadas, en medio de turistas que
sacan fotos, de autoridades que posan, en medio de árboles que
encienden sus luces, en medio del lujo y despilfarro, pero también
en medio del sufrimiento y del dolor en Belén, en Huwwara, en
Nablus, en Beit Furik, en West Bank, en Gaza.
El
gurisito Jesús sigue intentado entrar en los abarrotados corazones y
traernos su luz, esa luz que los locos ven dice el rock
and roll,
y hoy mas que nunca creo que es la luz que los locos ven, aquella que
nos puede guiar, acercar, abrazar, invitar a creer que es ahi mismo,
en la debilidad, en el lugar donde no hay lugar, en el pequeño
espacio donde El se hace presente y nos invita cada día a nacer de
nuevo. Y si, la locura es necesaria ara creer en ese proyecto de vida
al que nos invita Jesús, ese proyecto que va en contra de la
corriente, en contra de los poderes establecidos, será nomás que
habrán de llamarnos locos.
Luego
de 67 años de ocupación, esta Navidad en Belén no tiene nada de
anormal. “Lo anormal se ha vuelto normal” repiten una y otra vez
las familias que visitamos.
En
esta Navidad 130 familias están llorando a sus jóvenes palestinos
asesinados durante los últimos meses, otra Navidad en la que
cristianos Israelíes debieron pedir un permiso especial para viajar
a Belén y celebrar sus tradiciones relgiosas. Otra Navidad en donde
las restricciones de movimiento y la desesperanza parecen ser el
paisaje habitual.
Si
Jesús hubiera nacido hoy, probablemente no hubiese podido entrar a
Palestina, y en el caso de haber pasado, sería uno más de los
palestinos que hoy en día viven bajo ocupación privado de sus
derechos humanos.
Pero
Jesús nació, hermanos y hermanas, una vez más ese niño pequeño y
frágil se hizo y se hace presente aquí y ahora, con sus diferentes
rostros, con sus diferentes llantos, con todos sus nombres, y nos
viene a anunciar la Buena Nueva de su Reino, El está aquí viviendo,
resucitando cada día, diciendo NO a cada cruz que se alza aquí o
allí, en Palestina, en Argentina, en Uruguay, en Latinoamérica.
“Se
ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios, enmiéndense y
tengan fe en esta buena noticia” (Marcos
1:15).
Que
el nacimiento de Jesús, la esperanza, la denuncia de la injusticia,
el anuncio de la vida plena y la alegría del nacimiento sean, hoy y
siempre. Amén.
Paula
Fogel
30/12/2015
Yanoun-Territorios
Palestinos Ocupados